martes, 10 de enero de 2017

La trampa perfecta

Mi compañero Javier Cebrián y yo realizábamos muchos viajes juntos cuando trabajábamos en la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia (hoy día se llama Syngenta). En uno de aquellos viajes nos acompañó nuestro Técnico de Medios, Carmen Iglesias. Ya en el hotel y en uno de nuestros momentos de descanso decidimos distraernos jugando a las cartas en uno de los salones que, además, teníamos entero a nuestra disposición.

No recuerdo qué juego de cartas era el que ocupaba nuestro tiempo, pero sí la partida estaba igualada y en un momento dado, Carmen se levantó para ir a hacer pis. Entonces Javier y yo nos miramos y sin necesidad de hablar nos transmitimos una malvada idea: aprovechar su ausencia para hacerle trampas. Y fue así como le preparamos la trampa perfecta.

Recogimos las cartas desperdigadas por la mesa que había de la mano anterior y, sabiendo en qué orden habría que comenzar a repartir la vez siguiente, fuimos colocando las cartas en un montón en el orden que a nosotros nos interesaba: a ella le irían tocando todo cartas malas y a nosotros dos cartas buenísimas. Para que no se notase que habíamos hecho trampa, colocamos ese montón de cartas preparadas debajo del montón de cartas sobrantes, pero dejando una pequeña marca para que nosotros supiésemos por dónde había que cortar, dando así la sensación de total limpieza.

Cuando ella regresó del servicio, la recibimos con naturalidad. Yo le dije a Javier: “te toca cortar”. Y él cortó por el sitio que habíamos dejado preparado. Entonces yo empecé a repartir las cartas, que iban correspondiendo a cada uno según lo habíamos dejado preparado. Comenzó, pues el juego. La cara de Carmen mostraba desconcierto por lo malísimas que eran las cartas que le habían tocado. Nosotros manteníamos el tipo poniendo cara de póquer. Hicimos las apuestas correspondientes (sólo nos jugábamos el pasarlo bien, no dinero) y ella, descorazonada puso sus cartas de fracaso total sobre la mesa. Entonces Javier y yo mostramos las nuestras, con las jugadas más altas de aquél juego y ella abrió los ojos tipo dibujo animado japonés, no dando crédito a lo que veía. Pero aquello fue demasiado para nosotros, no pudimos aguantar más y estallamos en carcajadas, retorciéndonos de risa, mientras ellas –con su buen humor habitual- nos llamaba tramposos y de todo. Aquello fue tan apoteósico que las risas duraron más que la partida.

No hay comentarios: